Dónde es posible un mar
Sobre el tedio, mi pregunta, en realidad, es hasta qué punto nos hemos acostumbrado a vivir así o si, por el contrario, ya venía de fábrica
Sucede la mitad de los días que llegas a la cama, te tumbas, cierras los ojos y, en ese escaso momento de consciencia, apenas consigues saber qué pasó a lo largo del día. Llevo un tiempo queriendo hablar del tedio, que es muy distinto a estar triste, que es muy distinto a llorar. No suelto una lágrima por el tedio. Suelto una lágrima por la muerte. La suelto también de emoción, a veces, por algo que me emociona. Una escena de una película, una noticia, una historia que me cuentan con efusividad, una canción que se me pega al oído, dos niños que se hablan en la calle y yo los escucho o la página concreta de un libro que describe, sin querer, justo lo que estaba pensando y digo: gracias. Pero la mitad de los días, ya te lo he dicho, es tedio.
Mi pregunta, en realidad, es hasta qué punto nos hemos acostumbrado a vivir así o si, por el contrario, ya venía de fábrica. Que de esto iba el asunto y, a lo mejor, pensamos, esto iba de otra cosa. Y nos dejamos engañar por un relatito inútil que nos impide mirar o, puede ser, el humano llegado a este punto de la historia está enfermo de un espíritu nostálgico que nos presenta una posibilidad que, si lo piensas, ni existe.
Verás, digo lo del tedio porque supongo que ver pasar los días debería ser más agradable de lo que veo. Y uno piensa en el mundo, ay, el mundo, es tan grande y parece que no da opción porque el mundo se muere y es inhóspito e injusto, o eso siempre dice la tele y la pantalla de mi mano y a esa conclusión llego, te repito, la mitad de los días, y creo que, llegados a este punto, ya no te estremeces sino que asientes y quieres que pase el chaparrón.
Ayer me siento en una terraza con un amigo y nos comentamos, piel con piel, lo que nos sucede. Siento algo físico en su voz. Y de vez en cuando está bien, de vez en cuando peor, y le noto la cara agria y otras, la cara radiante. Y a pesar de las explicaciones más lógicas, no termino de entender los porqués de cada caso. Solo que, en esas ocasiones, no asiento, sino que escucho y respondo.
Camino con una amiga por mi calle favorita de la ciudad y, al tiempo que miro el cielo y las fachadas, le pregunto por el futuro, y me habla de un nuevo amor sin nombrarlo, de una mudanza, de familias futuras y pasadas y tampoco siento tedio, sino acompañamiento en una procesión trascendente e icónica que se me queda grabada en la mente como una fotografía.
Veo a Anita dibujar sentada en el sofá. Y no hablamos. Sino que la observo, de pie, en la puerta. Y veo el salón. Y una ventana donde entra un sol. Y en conjunto, ya ves, he ahí una vida que existe mientras el café se desborda en la cocina y yo, con sueño y los ojos cansados tan temprano, pienso que ahí tampoco hay tedio, sino una forma de estar que lo rechaza sin aspavientos o el apasionamiento desenfrenado de los anuncios de colonias, sino de una manera real, palpable y notable en el más profundo recoveco de mi cerebro.
A lo que me vengo a referir, y de esto estoy casi seguro, es a que ese tedio me es ajeno. Y a pesar de que todos lo notamos e interfiere como una sonda inyectada por los brazos invisibles de la precariedad y el trabajo asalariado, la explotación, el rentista, el empresario o cualquier versión del poder y la violencia, acaba en la sangre separado como el agua del aceite. Son distintas. No es siquiera humana. El tedio del que te hablo, al menos a los ojos de quien conoce lo mortecino del vivir y por tanto se ha convertido, sin saberlo, en un vitalista en su solo seguir adelante, es una importación maligna. Solo cabe expulsarla.
Localizar la grieta por la que se cuela en nuestros días es, en realidad, lo complejo. Y, según lo que te relato, parece claro que las ideas, en muchas ocasiones, se suceden como enormes proporciones de realidad que no merece la pena comprender. Es más bien en esas otras porciones y fragmentos donde se esconde, supongo, algo de verdad. Que no te deja estupefacto y silente, sino que verdaderamente propicia el habla y la vida misma. Ante un mar inmenso, creo, es fácil olvidar el grano de arena y la gota de agua. Pero sin ellas, ya te digo, no hay nada. Solo tedio.